VIACRUCIS PSICOLÓGICO DE FAMILIARES DE FALLECIDOS POR COVID UN HERMANO QUE NO OLVIDA, NI SE RINDE

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La emergencia sanitaria obligó a suspender los velatorios y aún más, impidió siquiera una mínima despedida íntima con quienes agonizaban víctimas del covid.

Las investigaciones científicas que comienzan a generarse tras un año de estar inmerso el   mundo en esta pandemia, sugieren que el daño que están transitando y transitarán los familiares de quienes murieron, es enorme. Por cada persona que muere de covid-19, nueve familiares cercanos se ven afectados, estiman los investigadores en base a cálculos demográficos complejos y datos sobre el coronavirus.

Los testimonios son coincidentes: familiares conmocionados por las circunstancias en las que fallecen sus seres queridos (declives rápidos, muertes repentinas, la imposibilidad de estar allí al final) han sido las descripciones comunes en todos estos casos, pero para los familiares de Cristian Viricochea, la pesadilla no ha terminado aún, y existe el peligro de que no acabe jamás.

Una tarde, mientras cubriamos una nota por el presunto hundimiento del terreno del cementerio donde están sepultados los fallecidos por coronavirus, observamos a una persona que se encontraba desyuyando y reforzando la base de un cartel y un nicho para velas. El banner mostraba a un joven, feliz, saludable y estaba dedicado a Cristian. Diego, el chico que estaba acomodando el lugar, es el hermano del recordado fallecido.

Diego nos contó que Cristian jugaba al Rugby en el “Zenta”, que juntos trabajan en tapicería. Que Cristian gustaba muchísimo de divertirse y de la música.

Diego nos contó como un día, apenas comenzado setiembre, su hermano comenzó a tener problemas para respirar por lo que, asustados, fueron de urgencia a la Salita del Barrio Aeroparque y que una médica le dijo que era necesaria la derivación al Hospital.

Diego contó que esperaron medio día en el hospital mientras su hermano se desmejoraba hora tras hora hasta que por fin lo internaron. También relató como la desinformación y el caos reinaba en el Hospital. Que le mintieron que Cristian comía bien, que le ocultaron la desesperación se hacía presa de su hermano porque sus pulmones admitían cada vez menos oxigeno…no le dijeron, pero después vio como su hermano menor, con tan solo 26 años, se iba yendo tan rápido como decir que en una hora de estar comunicados mediante un celular que pudo alcanzar al enfermo, a la siguiente hora ya Cristian no respondía. Corridas, gritos, pedidos de auxilio, ruegos a los médicos para que hicieran algo por su hermano que se iba y se iba como agua entre los dedos…. Y nadie pudo hacer nada, ¡nadie quiso hacer nada? Los médicos y enfermeros tan solo mirando, impotentes, como se desencadenaba ese terrible drama una y otra vez.

Diego también nos contó de salas llenas de personas yacentes, con la mirada perdida, atados a sus camillas para evitar (según escuchó decir al personal de salud) que en la desesperación de no poder respirar, se quitaran las máscaras de oxígeno o intentaran escapar de un virus invisible que ya se había apoderado de sus cuerpos y que no los dejaría ni aún después de haber extraido hasta el último suspiro.

Pero la muerte no culminaba con la dolorosa tragedia de la agonía, al contrario, la volvía más siniestra. Ya no eran los enfermos que se ahogaban hasta morir. Ahora, los deudos (hermanos, padres, madres, esposas, hijos…) son los que se están enfrentando a la nada, al ahogo del dolor de una tumba sin nombre. No hubo honras fúnebres, no hubo despedida, ni siquiera un digno cajón. En realidad, Diego y su familia y otras tantas familias que perdieron a sus seres queridos por causa del covid, no supieron jamás si sus parientes siquiera fueron inhumados con la mínima dignidad. Creen que tal vez solo fue una bolsa o una sábana, tal vez un poco de cal sobre los restos del ser amado… y lo más horrible, la despersonalización que se somete a esos amados restos al ser depositados en una fosa común.

La lucha de Diego por la memoria de Cristian es la lucha que emprende quien ama de verdad y quien sabe que nadie muere mientras se lo recuerda. Pero hay un detalle terrible que ha causado en la familia Viricochea una herida que parece no va a cicatrizar jamás: NO SABEN A CIENCIA CIERTA DONDE ES QUE CRISTIAN ESTÁ ENTERRADO. Los registros del Hospital señalan que su destino fue una parcela, mientras que los registros del cementerio indican otro número de tumba diferente al primero cuando, por último, el cartel instalado frente al sector covid donde se señala los nombres de los ahí enterrados, marca un tercer número de sepultura totalmente diferente a los dos primeros.

¿Dónde llevar una flor?, el día de mañana: ¿Frente a cuál cruz arrodillarse para rezar una plegaria?

Todo eso lleva a las claras a la conclusión de la ineptitud de un gobierno que primero jugó con la salud y con la vida de miles de oranenses, y ahora sigue jugando con la muerte y con la paz eterna de esos muertos y con el duelo de quienes los sobrevivieron.

PERO LOS FAMILIARES ADELANTARON QUE NO SE RENDIRÁN JAMAS, QUE LUCHARAN HASTA EL FINAL HASTA QUE UNA CRUZ INDIQUE EL LUGAR EXACTO DONDE DESCANSA CRISTIAN.

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